“... el punto posee un borde exterior, que determina su aspecto externo. Considerado en abstracto (geométricamente), el punto es idealmente pequeño, idealmente redondo. Desde que se materializa, su tamaño y sus límites se vuelven relativos. El punto real puede tomar infinitas figuras... así, el borde es fluctuante y las posibilidades del punto son ilimitadas.”
de Punto y línea sobre el plano, Wassily Kandinsky, 1952.
El problema de la forma de un punto pareciera que nos permite de una vez y para siempre alejarnos del momento ideal del punto (el momento geométrico), para poner en juego el problema de su tamaño, de su extensión, de su borde, de su intensidad, de su valor, de su aspecto. Al mismo tiempo, al preguntamos por su forma, nos estamos preguntando inevitablemente acerca de cómo fue hecho el punto, a través de qué instrumento, y a través de qué utilización de ese instrumento. De este modo, el procedimiento utilizado para construir el punto deviene determinante de sus cualidades formales.
“El punto resulta del choque del instrumento con la superficie material, con la base. El punto geométrico invisible deviene aquí material, adquiere necesariamente cierto tamaño, recubre una determinada superficie. Además consta de ciertos límites que lo aíslan de aquello que lo rodea.”
de Punto y línea sobre el plano, Wassily Kandinsky, 1952.
Dice aquí: constar de ciertos límites que lo aíslan de aquello que lo rodea. El punto devino superficie, devino de elemento primitivo, invisible, a porción de espacio, con un borde, que lo delimita respecto de su entorno, del resto de su base sobre la cual se apoya. Esta potencialidad del punto de devenir mancha sin dejar de ser punto, de devenir superficie sin haber sido línea. Esto es lo que hace del punto un estado de tensión. Un estado de tensión entre su estado de reposo, de quietud, y su inevitable superficialidad, su extensión. Dice Kandinsky que el punto está replegado sobre sí mismo. Es eso mismo, el punto es sólo un estado de repliegue, que espera un motivo externo para desplegarse, para devenir línea. Porque un punto que se despliega deviene línea. Un punto es punto y superficie al mismo tiempo, pero no línea. Un punto se despliega y entonces sí, deviene línea.
El punto es la mínima forma temporal, dice en otro lado. Cuando el punto dura en el tiempo, deviene línea. La línea es “la traza que deja el punto al moverse y es por lo tanto su producto. Surge del movimiento al destruirse el reposo total del punto. Hemos dado un salto de lo estático a lo dinámico.” Pero no sólo hemos dado un salto de lo estático a lo dinámico, hemos dado un salto de lo intemporal a lo temporal. Espacio y tiempo empiezan entonces a actuar para quitar al punto de su repliegue, de su ensimismamiento, y devenirlo línea.
Pareciera interesante pensar que en la ciudad un nodo podría ser el despliegue de un punto. Como si a cada punto de la ciudad, infinitos puntos en la ciudad, se los pudiese desplegar para entenderlos como nodos. En este despliegue, la delimitación de un nuevo espacio, el transcurso del tiempo en su extensión, construirían un lugar informado, más completo, más extenso, más complejo. En esa extensión, la incorporación de cierta complejidad de fenómenos urbanos tanto espaciales como temporales abriría el juego para comprender la complejidad de eso que era un punto, y ahora devino un nodo.
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